Finales de diciembre, en la universidad pública
de la ciudad.
Todo es muy confuso a su
alrededor. Los pensamientos brotan de un lado a otro por su mente.
Alberto no sabe ni cómo sentirse. Ahora está con Mónica… sí. ¿Pero qué pasa con
Verónica? Ella le gustaba y le hacía sentir bien y, a pesar de todo, se ha
alejado de ella.
— La presión de
grupo es muy mala —pensó.
Sigue dándole vueltas a
la cabeza sin prestar demasiada atención al proyecto de clase que está
preparando. ¡Debería estar listo hacia las cuatro y tiene una comida familiar
en media hora! Vuelve a la Tierra y abandona sus pensamientos por un momento.
Cierra con fuerza el portátil y lo recoge todo de su mesa en la biblioteca de
la universidad. Con gran agilidad y salvando los obstáculos a lo largo del
campus, se dirige a la puerta de entrada, donde ha dejado aparcado su Audi
plateado.
Rápidamente pone el
coche en marcha y sale de la ciudad para volver al pueblo, donde le espera su
familia, que ya están llamándole por teléfono para saber por qué llega tarde.
Es su primo quien aparece en la pantalla de su móvil. Lo coge una vez que se
encuentra en un semáforo en rojo con atasco.
—
¿Cuánto te queda, tío?
—
A penas unos minutos. Lo siento, no puedo ir más
rápido. Hay atasco y sabes que tenía lío en la uni.
—
Vale, pero no tardes.
Cuelga el teléfono sin
añadir despedida. Se pregunta si esta vez habrá llevado por fin su primo a su
novia Isabel. Sabe que han tenido problemas pero confía en que por fin los
hayan solventado. Si mal no recuerda, también es amiga de Verónica.
En ese mismo día, vacaciones de Navidad.
Se acaba de levantar y
ya oye como suena el tono de notificación de SMS en su móvil. Hace frío, pero
por alguna razón a penas lo nota. Se siente plena, llena de ese algo que te
inunda el corazón y te hace sonreír en las pequeñas cosas, ese algo
llamado felicidad.
A penas han pasado unas
semanas desde lo de Alberto, pero ni ha vuelto a tener noticias suyas ni siente
la menor intriga.
Se conecta al Messenger.
Más ruiditos de notificación, aunque esos son distintos. Suenan más musicales,
por lo menos para ella. Cada vez que oye uno, a su corazón le da un vuelco que
deriva en una inmediata sonrisa.
— ¡Es
él! — piensa y hasta se le escapa un gritito de alegría.
Y, efectivamente, es él.
Comienzan a hablar como cada mañana. De lo que les gusta, de lo que no... De
tonterías.
Miguel le cuenta su vida, que vive con su padre y su perro.
Que le apasiona hacer
locuras, sobre todo con su moto. Que es deejay y le encanta salir de fiesta por
las discotecas más exclusivas de la zona y conocer gente.
Ella, la suya. Que le
encantan los gatos, que sueña con encontrar al chico ideal aunque de momento
haya perdido la esperanza, pintar cuadros al óleo y comer pipas cuando se
aburre.
Tienen cosas en común,
bastantes. Y le encanta. Su forma de ser, su aspecto en mezcla de niño bueno y
chico alocado con promesa de aventuras, y su manera de hacerla sentir bien a
cada palabra.
Las conversaciones cada
vez se iban extendiendo a más plataformas sociales... WhatsApp, Tuenti y
Messenger eran los lugares preferidos de los dos jóvenes.
Poco a poco y sin ella
darse cuenta, se iba colgando más y más por Miguel. Pero de lo que sí se daba
cuenta es que él se iba interesando cada vez más por ella.
Dentro de poco se
conocerían y entonces, una vez más, para Verónica se acercaba lo que parecía
ser el final asolador de aquella pequeña aventura.