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lunes, 12 de noviembre de 2012

Cartas a Victoria. CAPÍTULO 1.

Un día a primeros de octubre. Victoria acaba de volver del instituto.

 Cielo, tienes correo —le comunica su madre.
— ¡Qué raro! piensa la muchacha.

Va a la mesa del comedor donde su madre deja la correspondencia todos los mediodías. Hay varias cartas: Recibos de la luz, del agua, del gas, del banco... ¡Ahí está la carta para ella!
Se presenta en un sobre blanco normal y corriente, sin remitente. Intenta abrirla, está bien pegada. Por fin lo consigue y observa que el papel de carta es color crema, hueso o como se llame ese blanco tirando a beige. 

— ¡Es muy bonita! — exclama. 

Su madre la mira con cara extraña desde la cocina y Victoria llega a la conclusión de que será mejor leerla en su habitación con más tranquilidad. Sube las escaleras apresuradamente. Segunda puerta a la derecha. 
Su cuarto es realmente bonito. Paredes blancas dando un ambiente puro y sencillo. Un adorno de pequeñas florecillas lo complementa en la parte alta de éstas. Una cama de edredón rosa y blanco que no desentona, un escritorio con libros en la esquina y un puf en la esquina restante. Acostumbra a recostarse ahí a leer cuando tiene tiempo libre. Se pone con la carta nada más entrar. Pero, en vez de sentarse en el puf, se tira desenfadadamente sobre la cama. Lee con atención:


Querida Victoria; 
He tenido un momento sin nada que ocupe mi tiempo y por ello he decidido por fin lanzarme a escribirte la primera de mis cartas.Ahora mismo te preguntarás quién soy y, como es obvio, no te lo diré, al menos de momento. Sino, habría puesto remitente, ¿no crees?En estos momentos de mi vida que te he conocido, mi cuerpo y mente no son capaces de sufragar lo que siento por ti. Así que por eso te escribo esta simple carta, siendo incapaz de dirigirme a ti y decirte estas palabras.Todos los días te veo y cada uno de ellos me voy prendando cada vez más de tu ser. Es como una nube que me embriaga cuando pasas. Un rayo de luz que lo ilumina todo me invade. Y, debo confesar con todo mi perdón, que tengo deseos impropios hacia ti. Pero, muy a mi pesar, aún no he encontrado cura para este mal que me consume. Desearía poder sentirte cada uno de esos días, besar esa boca con la que me hablas. 
Qué dulce sería para mí poder acariciar tu pelo color trigo... Y mirar fijamente tus ojos pardos sin remordimiento ni culpa alguna. Pero debo darme cuenta, ahora o nunca, de que eso es imposible, inhóspito y totalmente descabellado. Cada noche me lo digo y me lo repito, sin embargo no hace efecto en mi alma que, cuando ya estoy dormido, vuelve a ilusionarse con verte al día siguiente. Y produce sueños, sueños preciosos que me llenan de alegría en el momento y de tristeza al despertar. Hasta aquí llegan mis palabras, por lo menos por ahora, mi querida Victoria. Espero que no te asuste mi confesión. Nos veremos pronto y sigo cuidando de ti, aunque tú no sepas quién soy.

P.D.: Por si no había quedado claro, te quiero. 


Anónimo enamorado.

Victoria queda perpleja ante la carta que aquel misterioso hombre le había mandado. ¿Hay alguien que la ve todos los días y siente esas cosas por ella? Entonces, debe de ser en el instituto porque fuera de clase al único que ve es a Lucas, su mejor amigo desde que entró al instituto. ¿Quién podrá ser? La verdad es que habla muy bien, parece culto, y más mayor que ella. 
Le gusta la carta. Y tiene la impresión de que si conociera al escritor de ésta, también le encantaría.


Primeros de septiembre, comienzo del nuevo curso.

En el pasillo del instituto, al lado de la puerta del aula en la que se imparte lengua castellana y literatura y literatura universal, charlan dos chicas animadamente. Una rubia y otra morena. La primera viste un top sin mangas de flores con unos shorts básicos azul vaquero y unas bailarinas beiges. La segunda, algo más desaliñada, viste unos vaqueros largos rotos y una camiseta ajustada color rosa sin estampado con sólo un gran escote y unas zapatillas Vans. Es Susana, amiga de Victoria.


— Este último fin de semana de verano ha sido la hostia, tía. Lo malo es que ayer estaba fatal, tenía mucha resaca.
— Eres un caso perdido —decía riendo Victoria. Yo decidí pasarlo de forma un poco más modesta. El viernes estuve en casa con Lucas pasando el rato y el sábado y domingo me limité a mentalizarme de que el lunes había instituto, así que me quedé viendo un par de películas y sobre todo, leyendo. 
— ¡Qué muermo eres! —reía en esta ocasión Susana.

Pero la conversación se ve interrumpida cuando, de repente, suena el timbre que marca que deben entrar a clase.

— ¿Ahora tenemos literatura universal, no? —le pregunta la morena a la rubia.
— Sí, eso creo. Es aquí mismo. Pero el profesor aún no ha llegado. ¿Sabes quién nos toca este año?
— Ni idea. Nadie lo sabe. Se rumorea que es uno nuevo y joven. 

Deciden por fin entrar a clase, pero dentro no hay nadie. Conforme pasan los minutos la gran sala comienza a llenarse. Chicos y chicas van tomando asiento como mejor les viene y sin tener en cuenta si está o no el profesor. 

Pasados cinco minutos de clase, deja de entrar gente por la puerta. Sin embargo, el profesor continúa sin aparecer por la sala. 
A los quince minutos, percatándose todos, entra por la puerta un hombre de unos treinta y cinco años, con pelo no muy corto y desarreglado, alto, moreno y con el acompañamiento de una bandolera donde a penas cabe un ordenador portátil. Viste no muy puesto, sólo con una camiseta negra estampada de algún grupo de rock, unos vaqueros y una chaqueta marrón arrugada de más.
Tras entrar apresuradamente, toma asiento en su mesa. Deja la bandolera encima de ésta y, sin siquiera sentarse, se dirige a los alumnos:

— Tendréis que disculpar mi pequeño retraso, he tenido un imprevisto y, sin más remedio, debía solucionarlo antes de venir —dijo con voz muy segura comparada con su vestuario. Soy el profesor Ángel Salazar, vuestro nuevo profesor de literatura universal. 


Los chicos observan con normalidad al nuevo profesor, aunque, por el contrario, las chicas mantienen la mirada fija, con ojos vidriosos y expectantes del atractivo evidente del hombre. La verdad es que se le nota la edad, pero no tiene nada que envidiarle a los jóvenes de veinte años.  Su pelo revuelto y su visible carácter animado le hacen aún más apuesto.


El profesor comienza en breve a dar clase. Casi nadie ha traído los pertinentes libros así que opta por dar una pequeña charla de lo que harán durante el curso y un esquema en la pizarra de lo que deberán traer el próximo día. 


Entre los pocos que no atienden a las palabras que el profesor les dedica está Victoria. Pero no porque no le guste lo que dice, sino porque prefiere estar entretenida admirando el bien parecido cuerpo de Ángel. Sus ojos, azules como el cielo en un día cálido de verano, la deslumbran. No está muy moreno que digamos, sólo el pelo, que tiene un color chocolate precioso. Cuando se da la vuelta, hasta parecen abrírsele todavía más los ojos. 


— ¡Que se te salen de las cuencas! —le susurra Susana. 

— ¿Qué?
— Los ojos, que se te van a salir. Estás empanada, Victoria. ¡Si tampoco está tan bueno!
— Yo no he dicho que lo esté. Estaba absorta en lo que dice, es muy interesante. 
— Ya... —ríe su amiga.

Pasados unos minutos, como indica el reloj del chico de al lado de Victoria, con el que averigua la hora, el timbre está a punto de tocar. El profesor pronuncia unas últimas palabras y después un "hasta el próximo día". Y entonces, toca.

Todos salen disparados del aula sin dejar ningún margen de segundos, pero el profesor permanece sentado. 
Victoria y Susana pasan por la puerta de las últimas, ya que no tienen mucha prisa. La primera de ellas se da cuenta de que Ángel, estando recogiendo sus cosas, se le queda mirando. La observa con atención por el rabillo del ojo sin que la amiga de ella se dé cuenta. Victoria responde igual y, sin siquiera pensarlo, ya está elucubrando sobre lo guapo que es.
Cruzan la puerta y se interrumpe la divagación. Las dos chicas se quedan hablando igual que antes del comienzo de la clase. Pero Victoria no escucha nada, no atiende a nada. Sigue calentándose la cabeza con Ángel, el misterioso profesor del que no sabe nada y, sin embargo, nota que le mira de manera especial. 



4 comentarios:

  1. holaaaa me encnatan tu relatos pero esta historia es genial :D deberias segui con ella es genial *-*

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    1. Muy buenas.
      Muchas gracias ^^ Sigo con ella, no te preocupes, únicamente ha sido un parón por los exámenes :)
      Pronto podrás leer la que tenía antes que ahora sólo aparece el comunicado :3
      Un besito <3

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  2. Me gusta mucho :)
    ¡Te sigo!

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